miércoles, 4 de abril de 2012

Las gargantas de los condenados. 1ª parte.

Años 40. Jazz, Bourbon y gangsters por doquier. ¿Qué más se puede pedir?
Aunque yo soy más del gran Satchmo, he de reconocer que la increíble voz de Sarah Vaughan aquella noche desprendía un poco de luz a la siempre oscura y misteriosa atmósfera del Pops'. Los viejos lobos solitarios de siempre se ahogaban con chupitos de whisky de garrafa en una barra que si pudiera hablar qué historias contaría. Harto de caminar todo el día de aquí para allá, sin rumbo, "como un gato sin dueño", necesitaba mi medicina, mi agua:
-¡Ey, chaval! Ponme un Bourbon y deja la botella, la voy a necesitar.
-Claro, como no.
En cuanto el camarero me sirvió la primera copa me la bebí con violencia, sin pensar, como si me ayudase a afrontar la larga noche que se me venía encima. El Bourbon me ardía en la garganta, no había mejor sensación. ¡Dios, sí! Cómo lo necesitaba.
Del bolsillo izquierdo interior de mi abrigo saqué una vieja foto en sepia. A saber cuántas veces la habré contemplado, mirándola hasta la saciedad. Pensé que quizás el camarero podría ayudarme en mi empresa.
-Estoy buscando una dama.
-¿Y quién no? -me respondió con aire burlón e indiferente.
-O, no. Ésta no es una dama cualquiera. ¿No la habrás visto, por casualidad? -pregunté con menos esperanza que sed de alcohol a la vez que le mostraba el retrato.
El camarero la observó un instante, y sin inmutarse un milímetro me respondío:
-Mmmmmm... Puede que la haya visto, pero también puede que no. La memoria nunca ha sido mi fuerte, ¿sabe?
En una época en la que el dinero está por encima de cualquier causa de honor, es más que recomendable llevar consigo una hacienda que poder intercambiar por quién sabe qué inimaginables frutos.
-Quizá esto te la refresque, cabrón -repliqué a la vez que sacaba de mi cartera un billete de diez pavos.
-Ey, señor, sin faltar -dijo el camarero sin perder la calma al tiempo que cogía el sucio billete -aquí cada uno nos ganamos la vida como podemos.
Le miré fijamente. Hubo una ligera pausa. Finalmente, y para mi suerte, cantó.
-La conozco. Estuvo aquí hace un par de horas. ¿No se ha fijado en que la botella de Bourbon es nueva? La chica esfumó lo que quedaba de la otra, y eso que no era poco. Me estuvo hablando de un hombre. Un tal... Ni me acuerdo de su nombre. De lo que sí que me acuerdo es que me dijo que pronto estarían juntos. Que era una promesa o algo así. Creo que la pobre ya venía contenta antes de probar gota en el Pops'.
-Con que sí, ¿eh? Está bien. Gracias, chaval. Te has ganado la propina de hoy.
No había duda. Era ella. Iba en serio cuando decía que...
-¡Eh! -interrumpió inoportuno el camarero -La noche es joven y, por lo que veo, tanto usted como yo no tenemos prisa por salir de este antro, ¿me equivoco? ¿Por qué no ameniza la velada contándome la historia? Algo me dice que usted sabe bastante más que yo de todo este tema de la foto y la chica.
-¡Ja! No pierdes el tiempo, ¿eh, chaval? ¿Pero no crees que esta barra necesita un camarero atento a sus funciones?
-Por favor, señor. Mire a su alrededor y dígame lo que ve. Unos cuantos perros viejos que no necesitan más que el olor de sus pensamientos sedientos de alcohol para mantenerse en pie. Si no quiere contarme la historia, adelante, está en su derecho, pero tenga por seguro que, después de tantas lunas pasadas, esta barra ya no necesita de camareros atentos.
La retórica y el ingenio del chaval eran música para mis oídos, así que pensé, ¿por qué no?
-Está bien. Abre bien tus sentidos, porque vas a necesitarlos todos para saborear, oler, palpar, contemplar y percibir cada detalle de lo que te voy a contar.
-Tiene usted mi entera atención. Descuide.
-Muy bien. Todo empezó [...].
Y la noche les inundó, ahogando cada esperanza que pudiera esconderse en las gargantas de los condenados, quienes cumplían su penitencia a base de lingotazos de whisky y amargura.


* Continuará *


3: