domingo, 4 de noviembre de 2012

Cicatrices.

Era un día gris. Como casi todos últimamente en esta maldita ciudad. Pero, como siempre, ella le daba un poco de luz a mañanas como ésta. Caminando por entre los estresados transeúntes parecía una chica normal, sin más; ni tú ni yo nos fijaríamos en ella, pero Sophie Sinclair era mucho más que eso; mucho más que una simple chica de ciudad.
Encaró la plaza que estaba al lado de la Central y se paró un instante. Desde que le obligaban a asistir periódicamente al psicólogo del Cuerpo, ese edificio le causaba una extraña sensación difícil de describir con palabras. Ella era, sin lugar a dudas, la mejor inspectora que la ciudad había conocido desde hacía mucho tiempo: inteligente, astuta, decidida, segura y... Realmente preciosa. Nunca fue fácil adaptarse a un trabajo como ese en unas circunstancias como las suyas; los tópicos y prejuicios eran su pan de cada día, pero desde siempre supo que era... ¿Cómo decirlo? Su vocación. Y llegó hasta ella superando cualquier obstáculo, como siempre supo que haría. Con todo y con eso, la detective Sinclair tenía sus puntos flacos, aunque a veces, muchas veces, fuera casi imposible averiguarlos.
Finalmente entró, casi conteniendo la respiración. Un escalofrío rondó su cuerpo mientras se dirigía a uno de los tantos ascensores de la Central. Llamó a uno de ellos y entró apresuradamente en cuanto llegó. Las conversaciones de ascensor nunca le habían apasionado; siempre procuraba entrar sola. Aunque ese día quizás uno de esos coloquios sobre el tiempo o sobre el último partido de los Knicks no le habrían venido mal. Esos puñeteros ascensores nunca se habían caracterizado por su rapidez, y mientras esperaba pacientemente a que se abriera la puerta, una lluvia de pensamientos inundó su mente. Parecía como si todo aquello por lo que se veía obligada a pasar por esa consulta una vez por semana llegara a su cabeza a la vez.
Por fin la quinta planta llegó y pudo salir de esa letanía de claustrofobia emocional.
El pasillo de la larguísima quinta planta parecía no acabar nunca mientras se cruzaba con algunos conocidos, otros no, compañeros del Cuerpo. Cuando llegó a la puerta que rezaba "John Goodman, psychologist", decidió tomarse un momento antes de abrir. Un momento de calma y paz, hasta que llamó tímidamente a la gran puerta de caoba marrón suave que esperaba ante ella. "Pasa", dijo al instante una tranquila voz masculina. La inspectora entró, ya un poco más tranquila que antes.
-¡Sophie!- Dijo el doctor algo sorprendido. Era un hombre de color de mediana edad, muy tranquilo y afable. Lo que todo buen psicólogo debe ser, supongo-. Te estaba esperando. Entra, entra, por favor.
-Gracias, doctor.- Respondió la detective.
-Adelante, siéntate. Ponte cómoda.
Sophie se sentó en aquel agradable diván, pero la tensión y vulnerabilidad que ir a la consulta le producía impidió que llegara a ponerse cómoda. Sinclair era la mejor; nadie había conseguido vislumbrar una brecha en su carácter, pero eso... Bueno, eso le superaba. Sabía que era algo necesario, y que sin esas visitas al doctor Goodman estaría mucho peor, pero la habitación, el diván, la libreta donde parecía escribir de todo menos nada... Todo eso le hacía sentirse frágil, débil, insegura.
-¿Cómo estás, Sophie? Te noto algo inquieta.
-Verá, doctor...
-Sophie...- Le interrumpió Goodman-. ¿Cuántas veces te he dicho que me llames por mi nombre de pila?
-Disculpa, John. Ya sabes que nunca me llegaré a acostumbrar.
-No te preocupes. Continúa: ¿Cómo ha ido la semana? ¿Te notas mejor?
Sabía que aquellas preguntas de rutina eran necesarias, pero también sabía de qué quería hablar esa mañana. Lo había estado pensando durante todo el camino, desde la Doce hasta la Central.
-Bien. Bueno, como siempre. Lo de... Bueno, ya sabes.- Dijo señalándose el lugar en el pecho donde su camiseta escondía una cicatriz-. Lo tengo casi superado. Y usted me ha ayudado mucho, doctor, digo... John, perdona.
Goodman suspiró un instante antes de responder.
-Me alegro mucho, Sophie. Pero creo que no es todo lo que has venido a contarme hoy, ¿me equivoco?- Eso era lo peor y lo mejor del doctor. Siempre parecía saber en qué estabas pensando.
-Sí... Es que...
-¿Es sobre el asesor de la comisaría que me comentaste?- comentó el psicólogo antes de dejarla acabar.
-De hecho sí...
Hubo una ligera pausa. A lo largo de las sesiones eran bastante frecuentes, pero a ninguno de los dos parecía molestarle.
-Adelante, Sophie. Cuéntamelo. Estoy aquí para eso.
-El caso es que... Últimamente está... Raro. Extraño. Ya no parece ser el mismo de siempre. Y... No lo entiendo. No parece igual de implicado que antes. Y... Lo peor de todo es que él va por ahí diciendo que todo va bien.- El ímpetu de Sophie le hizo instintivamente levantarse del diván y comenzar a andar mientras hablaba-. Y lo peor es que no sé por qué se comporta así. ¿Qué he hecho yo?
-Tal vez, desde su punto de vista, la cuestión sea qué no has hecho.
John siempre tenía la frase perfecta para continuar la sesión. Parecía como si ya supiese lo que iba a pasar y se preparase las respuestas
-¿Qué quiere decir?
-¿Desde hace cuánto que sabes que te quiere? ¿Que está loco por ti?
-Pues... Unos meses. ¿Qué tiene que ver eso? Por aquel entonces yo no estaba preparada para eso...
-¿Y qué crees que está intentando decirte con su comportamiento?- Volvió a interrumpirle Goodman.
-Que... ¿Ha pasado página? ¿Que ahora es él quien no está preparado? Joder... ¿Y si he esperado demasiado?
John le dirigió una mirada que dijo mucho más que cualquier respuesta verbal podría haber dicho.
-¿Que debo hacer?
-¿Qué quieres hacer?
Silencio.


3:

Inspirado en el capítulo 4x21 de la serie Castle.