miércoles, 11 de julio de 2012

Las gargantas de los condenados. Final.

Parecía mentira. No lo queríamos reconocer, no queríamos que llegara, pero la mañana siguiente llegó.
Me desperté junto a una almohada sudada, bajo una manta arrugada en un colchón moribundo. "¿Qué ha pasado?", le preguntaba la locura a la razón. Mi boca era un desierto de confusión sin oasis. Mis ojos no querían despertar del letargo nocturno que me había besado, abrazado y acariciado horas antes. Mi pelo, despeinado y pegajoso, no parecía encontrar motivos para despedirse de la almohada. Mi ropa... ¿Dónde está mi ropa? ¡Bah! ¿Qué más da? Seguro que huele a alcohol barato y a tabaco gastado.
Ella... ¿Y ella? ¿Dónde está? Me levanté de la cama bruscamente y la llamé.
Nada.
Desnudo y con la cabeza dándome vueltas comencé a buscarla por toda la casa, sin éxito. Se había esfumado. Por un momento temí haberlo soñado todo, pero una carta junto al cenicero de la entrada me devolvió a la realidad. Estaba en francés y, aunque hacía años que no lo hablaba, no me costó demasiado traducirla.

"Querido esposo, amante, amigo.
No quería que esto acabara así, pero imagino que no había otra salida. Ojalá pudiéramos vivir nuestra vida juntos, pero viviríamos una mentira. Tu mundo está aquí y el mío está lejos, muy lejos. Desde la noche en que nos conocimos sabíamos que lo nuestro era imposible. Seguramente no volvamos a vernos, pero siempre tendrás un lugar en mi corazón. Adieu, mon cher."

Una ola de desesperación recorrió mi cuerpo como un rayo, dejando caer mi cuerpo. Me senté en el suelo y miré hacia el infinito, sin pensar, buscando una respuesta. La desesperación dio paso a las lágrimas. Una detrás de otra, salieron sin tregua, empapando la carta que aún yacía en mis manos. El llanto tardó en cesar, y cuando paró me recompuse y me levanté, aún más mareado que antes. Me sentía como en un sueño, uno de esos sueños que te atrapan y te envuelven, que te persiguen y torturan, que te engañan y destrozan. Pero tarde o temprano hay que despertar, ¿verdad?
-¡Pero, hombre! ¿Aún sigue aquí? Sabía que le gustaba el bar, pero no tanto como para quedarse a dormir.
La carta se desvaneció, y con ella las paredes, las lámparas, los cuadros, la cama, el suelo, todo. De repente toda la habitación murió, dando paso a una total oscuridad. Mi mente había salido de mi cabeza. No acertaba a decir nada, ni siquiera a abrir los ojos. Los oídos me pitaban y la boca no parecía demasiado dispuesta a abrirse. Finalmente, y no sin esfuerzo, logré articular palabra.
-Pero... ¿Qué? ¿Dónde estoy?
-En estos casos yo tendría que decir: "¡Bienvenido al Pops'!", pero teniendo en cuenta las circunstancias no me parece que tenga demasiada lógica.
Esa voz me sonaba, y aunque ni miré hacia arriba, sabía que era el camarero que la noche antes había tenido el honor de haber sido mi compañero de confidencias. Pero después de ese breve y único pensamiento lúcido, otros miles confusos me bombardearon, noqueandome sin piedad.
-¡¿Cómo?! ¿El Pops'?
-Sí, bueno, el callejón de atrás pero, técnicamente... Sí, me imagino que sigue siendo el Pops'.
-No, no. Yo estaba en mi apartamento... Aún recuerdo su olor... Tenía una carta en mis manos. Me la había escrito... Ella...
Hubo un breve silencio. Quizás le sirvió a ese joven y ya conocido camarero para acomodarse a los delirios que yo, un borracho sin remedio, le estaba contando justo antes de empezar su turno.
-Ande, levántese. Le invito a una copa para empezar bien el día-. Dijo a la vez que me ayudaba a levantarme.
Entramos por la puerta de atrás. Cruzamos la cocina apresuradamente y llegamos al salón. Vacío.
-El jefe le dejaría quedarse esta noche en el callejón. Cuando está de buenas suele dejar dormir allí a los pobres vagabundos y borrachos que se quedan en el bar hasta que cierra. Es un tipo con suerte, se lo aseguro. ¡Siéntese! A la primera invito yo.
-¿Alcohol, ahora? ¿Pero tú me has visto? - Poco a poco comenzaba a recuperar la compostura, aunque todavía quedaba mucho por explicar.
-En el amor dicen que un clavo saca a otro clavo. Y si algo he aprendido en estos meses que llevo trabajando aquí es que el alcohol es muy parecido al amor: al principio está muy bueno, después de un tiempo ya deja de estarlo, hasta el punto en que lo vomitas; es entonces cuando juras que no lo volverás a probar, pero al cabo de un tiempo, y aunque sabes que no va a ser bueno vuelves a caer, porque quieres, y no sólo la rueda vuelve a empezar, sino que te preguntas cómo has podido estar tanto tiempo sin experimentar esa sensación.
Aunque no estaba para mucha metáfora a esas horas y en esas condiciones, esa comparación me sorprendió.
-Vaya, chico, tú no pierdes tu espíritu literario ni a estas horas -. Aunque, confesaré, no tenía ni idea de qué hora era.
-Un buen escritor lo es las veinticuatro horas del día, ¿no es así?
-¡Já! Sí, supongo que sí...
El jóven barman me sirvió una buena tajada del mejor Bourbon que tenía, y yo, que siempre he sido muy propenso a enamorarme, me lo bebí de un trago.
-Y bueno, ¿al final qué? ¿Encontró lo que estaba buscando?
Me quedé un instante dubitativo.
-Nunca estuve buscando nada, amigo. Pero la chica no apareció, si es eso lo que quieres saber. Aunque la noche en algún momento intentara engañarme la mañana siempre te devuelve a la realidad. Cuando vino y no me encontró debió pensar que me habría olvidado de ella o quién sabe qué se imaginaría. A estas alturas ya no importa...
-Siento que no encontrara lo que estaba buscando -. Me dijo el chaval con una sonrisa que me contagió al instante.
-Pero no te equivoques, siempre se aprende algo.
-¿De veras? ¿Y qué es lo que ha aprendido?
-Bueno, eso es otra historia. Y espero poder contártela cuando la sepa.
Los dos reimos y pasamos la mañana como acabamos la noche anterior, hablando junto a una botella de Bourbon.
Tiempo después aprendí que hay que saber diferenciar los sueños de la realidad, además de que no siempre es bueno que estos se hagan realidad.
Pensadlo así: en un mundo en el que los sueños se hicieran realidad no existirían los sueños.


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