viernes, 28 de junio de 2013

El hombre que esperaba

Esta es la historia... De una historia. Una historia cantada, interpretada, escrita, leída, gritada, susurrada, escondida a plena vista de tal manera que pasa desapercibida. Una historia digna de ser contada. Una historia con un final... Aún sin escribir, pero deseando ser escrito. Una historia de lucha sin descanso por una meta que quizás no exista. No exista. ¿O sí?
¿Andar el camino y poder morir... O no andar el camino y vivir? ¿Qué elegirías tú?
El hombre que esperaba parecía tenerlo claro. Era su naturaleza, o eso parecía creerse. Una naturaleza suicida por naturaleza. Pero quizás la única que le hacía sentirse con vida, o más bien, mantenerse con vida. ¿Qué ironía, verdad?
El hombre que esperaba era un grande con delirios de simpleza. Un creyente nato. El santo patrón de las causas perdidas, perdido entre romería y romería.
El hombre que esperaba tenía el lema "lo imposible es imposible hasta que deja de serlo" tatuado en su mente con tinta fuerte e imborrable. Siendo lo imposible un imposible para lo posible.
El hombre que esperaba solo soñaba con sus propios sueños, aspirando a algún día soñar con sus propias realidades. Realidades que una vez reales parecerían sueños, sueños tan soñados que no parecerían reales.
El hombre que esperaba nunca había tenido sentido de la fidelidad, aunque daría su vida y su muerte por una causa. Insensato, sí. Sinsentido, quizás.
El hombre que esperaba tenía sus razones, olvidadas tiempo atrás.
El hombre que esperaba dicen que una vez alcanzó el cielo, rozó sus labios y palpó la gloria. Eso fue antes, mucho antes de esperar.
El hombre que esperaba sufría por dentro y reía por fuera. Sabiendo que nunca llegaría a ser feliz mientras se empeñase en buscar la felicidad.
El hombre que esperaba siempre se perdía en el mismo camino, aún jurándose que jamás lo volvería a cruzarlo, ni siquiera a mirarlo. Pero él siempre volvía. Volvía e intentaba caminarlo sin perderse, sabiendo que en algún intento llegaría al final... Donde todo empieza (gracias, Fito).
El hombre que esperaba se sentaba en su incómoda cómoda, al inerte calor de la chimenea, visualizando en el fuego un futuro de reales utopías. ¿Y es que qué es una utopía sino un imposible que quiere dejar de serlo? Su tatuaje le quemaba.
El hombre que esperaba sabía que "eternidad" era la única palabra prohibida. Tachada en el diccionario y borrada. Imposible y utópica. Otra ironía más.
El hombre que esperaba escribía incesante sobre su esperanza. Daba igual la hora o el lugar. Era la única forma de recordar una causa que hace tiempo olvidó.
El hombre que esperaba anhelaba sendas que no existen, buscando destinos inalcanzables. Allí donde otros fracasaron. Allí donde él triunfaría.
El hombre que esperaba quería creer que el esfuerzo no era en vano; que un tesoro sin par se hallaría tras los barrotes marchitos de la espera sin fin.
El hombre que esperaba lo apostó todo a la ruleta. Al negro. Cuando vio que solo había una casilla negra entre diecisiete rojas, ya era tarde. Y más tarde fue aún cuando descubrió que quizás la recompensa no merecía tanto la pena, y que si seguía con la apuesta era porque no tenía otra opción. Aún así, quería ganar.
El hombre que esperaba vivía en la estación de los besos perdidos, toreando al tren expreso del olvido (gracias, Joaquín). Una estación que esperaba un tren, pero una estación con más de un andén.
El hombre que esperaba, una noche por la mañana, en un día de calor en que nevaba... Se cansó de esperar. Pero esa es otra historia...

Continuará...


"El héroe escaló la montaña porque no tenía miedo; derrotó al dragón porque no tenía miedo; atravesó el círculo de fuego porque no tenía miedo; y rescató a la princesa... Porque merecía la pena." -Dr. King Schultz (Django)


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