martes, 29 de mayo de 2012

Las gargantas de los condenados. 2ª parte.

Poco a poco el Pops' se iba silenciando. Ya no quedaba más que el eco en los oídos de la música que horas antes había llenado el local. La noche había abusado ya de mí, y por la cabeza se me pasó la idea de irme de allí y tirarlo todo por la borda, pero sabía que no podía. Se lo debía.
-Vamos a ver si lo he pillado bien -me dijo el joven camarero, a quien las dos copas de ginebra pasada ya no se las quitaba nadie-. Así que esa tal... ¿Cómo me dijo que se llamaba?
-No te lo he dicho, chaval.
-¡Claro, joder! Por eso no me acordaba.
Le pegó un gran trago a su sucio vaso de alcohol mal destilado y siguió hablando, o al menos lo intentaba.
-Bueno, recapitulemos. Con que hará unos dos años conoció a esa tan misteriosa y bella dama aquí, en la ciudad. Ella era de... ¿Francia? ¡Sí, de Francia! ¿Ve? De eso sí que me acuerdo. Vale, y se enamoró de ella.
-Vas bien.
-¡No me interrumpa, coño, que pierdo el hilo! -protestó a la vez que me echaba en la cara su desagradable aliento a alcohol barato.
-Vale, vale. Perdona.
-De acuerdo, entonces se enamoró de ella, y... Bueno, ella también de usted, o eso era lo que usted creía -La historia resonaba por el Pops', infiltrándose por sus paredes-. Después de unos días viéndose y dando rienda suelta a la pasión, ¡usted se enteró de que le había mentido! No sólo no vivía en la ciudad, sino que estaba de paso por unas semanas, ¡y que además estaba casada! Menuda zorra... ¿Voy bien, no?
-Sí sí, parece que te la haya contado hace un momento...
-¡Si es que mi memoria es infalible! ¡JÁ! -hizo una pequeña pausa, pero sin querer perder el hilo de la historia continuó-. Bueno, sigamos. Le dijo que sentía haberle mentido y esas cosas pero que realmente estaba enamorada de usted y que quería verle de nuevo, pero que necesitaba tiempo, así que prometieron verse en este bar en dos años. Y aquí estamos, a 22 de mayo del 48.
-Muy bien, chaval. Podrías escribir un libro con lo que tienes si quisieras. Pero mejor sobrio, ebrio nunca salen buenas historias.
-¿Es usted escritor?
-Esa es otra historia, chico. Y tú deberías irte a casa. Apuesto a que tu turno acabó hace rato.
-¡Sí que lo es! Ya sabía yo que había notado en usted ese aire que sólo tienen los escritores.
-Anda, estás empezando a decir tonterías. Vete a casa, yo te cubro.
-¿Sabe qué? Tiene razón. Debería dormir. Me alegro de haberle conocido. Espero verle más por aquí y que podamos charlar en alguna otra ocasión.
-No te preocupes. Este bar ya es como mi casa.
A punto de perderse entre los pasillos del pub, el ya fuera de sus funciones camarero se giró y me dijo una última cosa.
-Ey, oiga. Espero que encuentre lo que busca.
-Gracias, chico. Yo también.
Finalmente, mi compañero de velada esa noche, se perdió entre las luces tenues de las bombillas semifundidas.
Mi esperanza mermaba a la vez que mi embriaguez aumentaba. Si comerlo ni beberlo, aunque he de admitir que lo último sí que lo hice en demasía, me había convertido en uno de esos condenados que horas antes había mirado con pena y recelo. Y cuando todo parecía perdido, cuando el viejo Pops' me llevaba ya a su abismo de perdición y oscuridad, una dulce y suave voz con un ligero acento francés me atrapó sin aviso.
-Sabía que estarías. Siempre lo supe.
Un súbito escalofrío me recorrió todo el cuerpo y pareció como si la neblina que el alcohol había formado en mis pensamientos se disipara. Lentamente me di la vuelta y sí, allí estaba. Tan radiante y bella como el día en que la conocí: con su pelo moreno a medio corte y peinado a la francesa, sus penetrantes ojos verdes, sus labios de ángel y ese increíble don para ir siempre bien vestida, a cualquier hora o situación. El primer pensamiento que se me pasó por mi mente fue el mismo que tuve cuando la vi por primera vez hace dos años: "¿dónde has estado toda mi vida?". Pero, acto seguido, me recompuse y acerté palabra.
-Te lo prometí, ya lo sabes.
-Sí, supongo. Bueno, en todo caso tenemos mucho de lo que hablar.
Pero yo no quería hablar. Ya había hablado demasiado esa noche, así que hice lo único que podía hacer en ese momento y, por supuesto, la besé. La pasión era la misma, sus labios eran los mismos. Nada había cambiado.
-Vámonos de aquí.
No dijo palabra, pero otro beso corto fue la mejor confirmación que me podía haber dado. Y, amigos, no tengáis duda de que esa noche más que nunca "fuimos los gatos más canallas de los portales".

* Concluirá *

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